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A veces muriendo revives

Alrededor del mundo y a lo largo de la historia, distintas culturas han celebrado la muerte de múltiples maneras. Algunos la veneran, otros la reprochan, y unos cuantos la desafían. Pero siendo la antítesis de la vida, no es de extrañarse que siempre ha tenido un lugar importante. Desde el punto de vista médico, la muerte se produce cuando se detienen las funciones fundamentales del cuerpo humano como la actividad cardiaca y la respiratoria. Pero desde el punto de vista filosófico, la muerte no solo es mucho más compleja; sino que también es percibida de manera distinta.


Photo by Aaron Burden on Unsplash

Los grandes filósofos de la historia han dotado a la muerte un significado mucho más trascendental y romantizado que los médicos. Por ejemplo, Platón creía que la conciencia respecto a la existencia de la muerte hacía que las personas se tomaran mucho más en serio la vida y que se empeñarán en disfrutarla y hacerla única e irrepetible. Hegel decía que la muerte liberaba al espíritu que estaba encerrado en la naturaleza. Tomás de Aquino pesaba que había un mal que rodeaba a la muerte por el simple hecho de que con ella se acababa la vida (Garza & Rodríguez, 2017).


Martin Heidegger definía la muerte simplemente como algo inevitable que se presentaba en la vida del hombre. Confucio decía que no podemos comprender la muerte porque ni siquiera comprendemos la vida. Eurípides decía que podía ser que la vida fuera la muerte y la muerte, la vida. Tomás Moro decía que no debíamos de ver la muerte como una cosa lejana, porque siempre tenemos prisa por alcanzarla. Y Michel de Montaigne decía que la muerte es el origen de otra vida (Garza & Rodríguez, 2017).


Sin duda, la muerte tiene un significado diferente cuándo es vista desde un punto de vista filosófico; además de ayudar a darle un mayor sentido a la vida. Porque como decía el novelista André Malraux, “la muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida” (Proverbia, 2019). Ya que, aunque a veces no queramos hacerlo consciente, la muerte es un constante recordatorio para aprovechar la vida y hacer de cada uno de nuestros días el mejor. Nos ayuda a vivir con mucha más intensión e intensidad.


Pero más allá de la muerte en su literalidad y en el sentido clínico, considero que pueden morir partes de nosotros mismos estando vivos. A lo largo de la vida, vamos creciendo, cambiando, evolucionando; y en el camino, partes de nosotros, de nuestros gustos, de nuestros pensamientos, de nuestras opiniones, de nuestros deseos, de nuestras ilusiones, etc. mueren. Porque como el significado de la palabra lo explica, cesan de existir. Pero es una parte normal y natural de la vida porque nada es siempre igual. Si hay una constante en la vida, sin duda es el cambio.


Pero todo aquello que nos saca de nuestra zona de confort, que nos incomoda, que nos hace dudar, es aquello que nos hace crecer y evolucionar. Entonces, en esos casos, la muerte de algo dentro de nosotros, o la muerte de una situación, o la muerte de una condición; nos hace revivir. Nos desafía y nos reta a crear una nueva realidad. Y la mayoría de las veces, cuando miramos atrás, nos damos cuenta de que esa “muerte” fue lo mejor que nos pudo haber pasado, aunque en ese momento pareciera lo peor.


Esto no significa que esas “pequeñas muertes” sean fáciles. Pero, aunque esas muertes en algunas ocasiones nos dejen pequeñas heridas, se convierten en sabiduría si sabemos mirarlas con la perspectiva adecuada. Porque cuando enfrentamos obstáculos, adversidad o conflictos, encontramos reservas ocultas de valor y resiliencia que ni siquiera sabíamos que teníamos. En esos momentos, “la muerte” de algo, nos hace revivir. Así que vive sin miedo a las “pequeñas muertes”, porque pueden ser el inicio de una nueva vida de algo extraordinario.

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