Hace unos días, mientras me preparaba por la mañana para asistir a mi trabajo, me debatía entre ponerme un sujetador debajo de mi blusa, pues aunque tomé la decisión consciente de no usarlos hace aproximadamente dos años, he caído en el espejismo de “usarlos bajo ciertas medidas formales” como ambientes de escuela y trabajo, por miedo a no verme profesional o respetable…y es así, como lo que debería ser una elección personal se convirtió en un dilema social.
Optar por no usar sostén sigue siendo un tema que genera incomodidad, no solo para quienes lo deciden, sino también para quienes lo observan. En contextos considerados "formales" como la escuela o el trabajo, la opción de ir braless es vista como algo transgresor, casi una rebeldía, cuando en realidad debería ser una decisión libre de culpa y señalamientos.
Es curioso cómo, a pesar de tantos avances en la lucha por la autonomía de nuestros cuerpos, la idea de prescindir del sujetador aún carga con un peso simbólico innecesario. Nos enfrentamos a miradas de extrañeza, comentarios en voz baja o, peor aún, la sensación de que no estamos "presentables". Esto no solo refuerza la idea de que nuestros cuerpos deben ser regulados y aprobados por otros, sino que también evidencia que seguimos atrapadas en una norma que ni siquiera nos cuestionamos lo suficiente.
Lo más irónico es que muchas de nosotras entendemos y defendemos la libertad de elección, pero cuando se trata de nuestra propia comodidad, seguimos atadas a los mismos prejuicios. Nos cuesta desaprender la idea de que los pezones deben ocultarse, que el cuerpo femenino tiene que moldearse y contenerse para ser aceptado en espacios "respetables". Y si alguna de nosotras decide romper con esa norma, es común sentir un halo de vergüenza o nerviosismo, como si estuviéramos haciendo algo incorrecto. Para ejemplificar mi punto, recuerdo una conversación el comedor con mis compañeras de oficina, en donde pese a ser mujeres de un rango etario no mayor a 30 años e incluso hablar abiertamente de lo incómodos que pueden ser los sujetadores (incluso optar por los deportivos para evitar molestias), la opinión mayoritaria que no se atrevían a dejar la prenda fuera en el contexto laboral debido al miedo y/o rechazo de no ser tomadas en serio…aun estando conscientes de lo alejado de la realidad que ese pensamiento se encuentra.
Pero, ¿y si empezamos a normalizarlo? Si poco a poco dejamos de percibir el braless como un acto desafiante y lo vemos simplemente como una opción más, podríamos crear un cambio real. Como en cualquier transformación social, el cambio empieza por nosotras mismas, por darnos el permiso de sentirnos cómodas en nuestra propia piel sin necesidad de justificarnos.
Así que la próxima vez que te preguntes si ponerte o no un sujetador, recuerda: la decisión es tuya y de nadie más. Y si elegimos la comodidad, también podemos elegir hacerlo sin culpa ni miedo. Porque la verdadera formalidad debería radicar en el respeto, no en la ropa que llevamos puesta.
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