En ocasiones, cuando el reloj marca las 6, y el sol empieza a descender, causando que mi habitación se vea envuelta en un aro de luz dorada, una extraña melancolía se apodera de mi cuerpo, paralizándome casi por completo. Me gusta recostarme un poco sobre mi cama, mientras observo las nubes dispersarse y el cielo tornarse de colores anaranjados, y me preparo emocionalmente. Porque me conozco a la perfección, y sé que en situaciones así me veo evocando recuerdos del pasado y la chica de 18 que era hace unos cuantos años, regresa por unos minutos. Me veo a mí misma caminando por la orilla del Lago, con los audífonos puestos, y las hojas secas crujiendo a mi alrededor, así como el esplendoroso atardecer iluminando mi rostro y una fría brisa jugueteando con mi cabello. Así me la vivía una gran parte del tiempo, esperando a que mi clase de las 7 PM iniciara, curioseando en los rincones más recónditos que la universidad podía ofrecerme.
Era una simple chica, con el corazón en la mano, “confundida”, porque se hallaba bajo los efectos del amor no correspondido y que enfrentaba la “crisis existencial” que todo adolescente experimenta cuando deja su casa y empieza a valerse por sí mismo. Lo tenía todo. Apenas iniciaba la aventura que representaba estar en la universidad, tenía muy buenos amigos a mi alrededor, y aunque la soledad se hacía presente de vez en cuando, estaba mi familia amorosa esperando con ansias mi regreso los fines de semana. No me iba mal en las clases, y el plan de acción que había establecido para cumplir mis sueños había dado inicio. ¿Entonces qué me faltaba?, ¿por qué no me consideraba meramente feliz en ese instante?
Ante la cantidad de sentimientos encontrados y la falta de alguien a quien le pudiera confiar algo tan personal y profundo, decidí desahogar mi pensar a través de la música. Como si hubiera caído del cielo, una canción de Arroba Nat surgió entre el mar de sugerencias que YouTube me ofrecía, y entonces, ocurrió la magia. Armada con su guitarra y sin miedo a nada, Arroba Nat dijo todo lo que yo nunca pude a través de canciones, y se convirtió quizás, en mi mejor amiga.
Con tan sólo 21 años y el corazón roto, Natalia Díaz metió todo en unas cuantas maletas, y emprendió la aventura de dejar Zacatecas para empezar a vivir en la Ciudad de México. Inició entonces el proyecto “Arroba Nat”, en el que planeaba narrar historias basadas en experiencias propias a partir de raíces de la música antigua. Inspirándose en boleros y en obras creadas por artistas como Chavela Vargas y José José, sus canciones se convierten en herramientas de desahogo y ejemplifican perfectamente que incluso el dolor y la tristeza se pueden convertir en las más grandes fuentes de inspiración.
Sus sencillos se basan en melodías en guitarra clásica, contrastada con lo dulce de su voz.
Muchas veces parece que ella está más orientada a hablar y no a cantar, y eso denota el deseo de la intérprete por sincerarse. Arroba Nat se muestra honesta, humana y abierta a dejar salir sus sentimientos sin temor a ser juzgada. Y eso es quizás, lo que más nos gusta a sus admiradores. Pues su estilo es único y representa lo que muchos somos y pensamos.
Aunque esta preciosa chica apenas está iniciando su carrera artística en la música, su creatividad se ha visto reflejada de igual manera en un trabajo ilustrativo que representa una versión suya mucho más contemporánea pero que se expresa de manera similar con franqueza.
A partir del éxito que obtuvo con su sencillo “Dormir sin coger”, Arroba Nat lanzó un álbum: “Para echar la lloradita”, del cual quiero destacar que, aunque todas sus canciones son bellas, personales y muy directas, mis favoritas son “Apapachame” y “Qué más da”. Así que, queridos lectores, atrévanse a escucharlas. Cuando haya algo que te confunda, cuando no puedas aclarar tus pensamientos o se te dificulte expresarte, incluso si solo quieres llorar, Arroba Nat está a un simple click para ayudarte.
Definitivamente he sentido ese sentimiento. Buena recomendación también; le daré una oportunidad.