Me declaro culpable, me he sentido envidiosa de los logros de mis amigas, o incluso de aquellas que no considero como tal, y no me siento para nada orgullosa de esto. Podría alzarme de hombros y decir que “así son las cosas” pero la verdad me rehúso a creer es tan simple como eso.
No puedo evitar recordar la canción de la mega estrella pop Olivia Rodrigo jealousy, jealousy en donde canta las líneas “…I see everyone getting all the things I want, I’m happy for them but again I am not … their win is not my loss, I know its true but I can’t help getting caught up in it all” [esp] “veo a todos teniendo las cosas que quiero, me siento felíz por ellos hasta que me detengo…sé que sus logros no son mis derrotas, pero no puedo evitar caer en la trampa” ¿a caso hay alguna mejor manera de explicarlo?
Me atrevo a decir que no estoy sola en este crimen, pues tanto en confesiones dentro de mi círculo cercano, como en anécdotas encontradas en foros de internet, y hasta en mi lectura del momento “Mi madre / Yo misma” de Nancy Friday (que por cierto recomendaré más adelante), noto el cómo este patrón se repite en mujeres de todas las edades, círculos sociales, etnicidades, en fin, parece que no somos tan diferentes después de todo. Esa punzada en el vientre, esa sonrisa falsa, esa felicitación mientras te muerdes la lengua y gritas por dentro el porqué no eres tú quién lo logró… la verdad me hace sentir terrible e hipócrita, pero también lo he experimentado en mis propios zapatos. ¿De dónde viene esta mezquindad, que nos hace dudar tanto de nuestras capacidades que creemos nunca alcanzaremos lo que ella ya ha hecho? Probablemente nunca tendremos una respuesta en concreto que nos satisfaga del todo.
Podría sentarme aquí a escribir cientos de páginas del como elevar la autoestima y seguridad en una misma, pero no pretendo ser aleccionadora. Más bien, me gustaría invitar a la reflexión por esta vez.
Retomando el libro en cuestión, y dentro de la exploración de la competencia femenina desde su raíz: el hogar, la autora estadounidense Nancy Friday explora como en su propia casa su madre y hermana tenían esta rivalidad innata pero profundamente dolorosa, ella escribe “…su constante fricción me hizo determinar mi deseo de salir de esa casa llena de mujeres, de ser libre de las competencias sosas de entre mujeres, quería vivir en ligas más grandes que eso. Dejé mi hogar, pero nunca pude obtener el precioso sentimiento de ser tan condenadamente bonita que tu propia madre no pueda quitar los ojos de ti, incluso solo para quejarse”. Aunque en este ejemplo solo se enfoca en el aspecto físico, ¿quién de nosotras no se ha sentido acomplejada por la belleza ajena? Todos los rituales que hacemos en nuestro tocador para intentar parecernos a aquella chica que creemos nos opaca, o peor aún, que ni siquiera conocemos y solo vemos a través de una pantalla. Las dietas extremas que privan nuestros cuerpos de alimento, las horas que invertimos en el gimnasio para tener lo que creemos nos hará sentir mejor…en fin, la lista es interminable.
Siguiendo la misma línea, en otra de sus páginas Friday narra el cómo siendo una niña excluyó a su mejor amiga por un rumor de haberse besado con el niño que le gustaba, y más tarde le mintió a su madre, una mujer que siempre había sido más que buena con ella “no pude contestarle… porque las cosas que nos hacemos las mujeres las unas a las otras por despecho, castigando con el silencio y alineación no son dignas de decir, no puedo hacerlo yo”. Y si bien aquí habla de un ejemplo en concreto (la competencia por un hombre), va más allá de eso ¿quién de nosotras no ha traicionado a otra mujer que confiaba en nosotras? ¿Por qué creemos que podemos salirnos con la nuestra sin consecuencias?
Me duele admitir que yo también he hecho las cosas que he descrito antes (tal vez no igual, pero su equivalente) y tendré que vivir el resto de mi vida con las consecuencias de esas malas decisiones.
Referencias:
Rodrigo, O. (2021). Jealousy, jealousy [Canción]. En SOUR. Geffen Records.
Friday, N. (1977). Mi madre/yo misma. Editorial Planeta.
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