La tolerancia a la frustración de los estudiantes post pandemia es algo evidente
Los cambios propios de la sociedad de la información no solo ofrecen nuevas oportunidades para el aprendizaje a distancia, colaborativo y continuo, sino que también pueden generar obstáculos y deficiencias que desmotiven al estudiante. Esta frustración no solo afecta su proceso de aprendizaje y puede llevarlo al abandono, sino que también repercute en el docente y en la reputación y financiamiento de la institución educativa (Alberca, 2024).
En un estudio de caso realizado por Hara y Kling (1999) sobre la frustración de los estudiantes en un curso, inicialmente enfocaron su investigación en el aislamiento como posible problema principal. Sin embargo, a través de sus observaciones y entrevistas, descubrieron que la frustración resultaba un desafío mayor que el aislamiento. Ajustaron entonces su estudio para analizar qué factores generaban esta frustración y cómo impactaban en el aprendizaje y la satisfacción del estudiante. Identificaron que estas dificultades no surgían al azar, sino que eran consecuencia de acciones u omisiones por parte del propio estudiante, del docente y de la institución. Hara y Kling advirtieron además que la posibilidad de que un estudiante frustrado abandone definitivamente la formación en línea es un riesgo significativo.
En los últimos años, el mundo se ha visto sido afectados por la pandemia de COVID-19, la cual ha tenido un impacto significativo en la vida de las personas, afectando su salud física, emocional y social. Se señala que las respuestas emocionales ante la pandemia están vinculadas al exceso de información sobre noticias catastróficas, lo que genera estrés, ansiedad, miedo, tristeza y soledad. Asimismo, las restricciones de contacto social y físico impuestas por los gobiernos para contener el contagio han dado lugar a emociones negativas como la ira y el miedo al contacto con otras personas, así como al temor de contraer la enfermedad (Borges, 2005).
El miedo puede convertirse en un problema grave dependiendo de su intensidad, duración y frecuencia. Un estado de alerta prolongado puede generar consecuencias psicofisiológicas que afecten la salud mental. De igual manera se indica que, en la actualidad, los síntomas de ansiedad y depresión están asociados al temor de contagiarse o contagiar a otros con COVID-19. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reportó que el 89% de los países incluyó la salud mental en sus planes de respuesta a la pandemia; sin embargo, solo el 17% destinó recursos financieros para su ejecución. En 2021, la OMS estimó que aproximadamente 1 de cada 7 adolescentes y jóvenes de entre 10 y 19 años (14%) experimenta problemas de salud mental, como ansiedad, depresión, trastornos del comportamiento y conductas de riesgo, siendo una de las posibles causas el aislamiento social durante la pandemia (Alberca, 2004).
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) destaca que tanto niños como adolescentes pueden experimentar frustración ante el contexto actual; sin embargo, con la adecuada estimulación pueden responder de manera positiva. En el ámbito educativo, el retorno a clases presenciales ha supuesto la necesidad de replantear las dinámicas previas, ya que tanto los factores físicos como los psicológicos impactan la vida de estudiantes y docentes. En este sentido, el manejo emocional se vuelve un aspecto clave en la reintegración escolar. Se enfatiza la importancia de evaluar los factores de riesgo a los que los escolares estuvieron expuestos durante y después de la pandemia.
Referencias
Alberca, C. (2024). Miedo y tolerancia a la frustración en estudiantes. Horizonte sanitario. 23(2). https://www.scielo.org.mx/pdf/hs/v23n2/2007-7459-hs-23-02-263.pdf
Borges, F. (2005). La frustración del estudiante en línea. Causas y acciones preventivas. Digithum, (7), 0. https://www.redalyc.org/pdf/550/55000706.pdf
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