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Resignificando el amor

Foto del escritor: Ana Karina Caballero Sosa Ana Karina Caballero Sosa

Nacida en los 90’s, mis primeros referentes del amor fueron Troy Bolton y Gabriella Montez, Hache y Babi, Edward Cullen y Bella Swan. Crecí bajo la influencia de que el amor perfecto era el que se daba entre un hombre y una mujer -ni de chiste se hablaba de las relaciones homosexuales- que se aman tan profunda y alocadamente hasta el punto en el que duele. La mujer debía ser bella, expectante, reservada y callada para que el hombre varonil y conquistador pudiera fijarse en ella y reclamar el amor de esa princesa que espera ser salvada.

 

No sé si fue el boom de la cuarta ola del feminismo, el cambio de paradigma de la Generación Z o que se desarrolló mi lóbulo frontal, pero ya no puedo ver las series icónicas de los 2000’s sin criticar las narrativas que se presentan. Las escenas de celos desenfrenados que antes me parecían muestras de amor, ahora solo son expresiones de profundo machismo y misoginia. Lo que se tildaba de sacrificios hechos en el nombre del amor, ahora solo los veo como actos de abandono profundo a sí misma. Y esa pareja que es incapaz de vivir sin el otro porque es el amor de su vida solo me parecen experiencias de dependencia profunda y autoestima nula. Todo lo que antes era romántico, ya solo me parece una forma muy lastimada de amar, desde el abandono y el miedo.

 

El viaje de modificar las formas de amar y ser amada ha sido sumamente complejo. Es difícil desaprender y aprender en un mundo en el que muchos nos criamos con formas muy raras de amar. Este camino muchas veces comienza en soledad, después de un corazón roto que parece que se desangra. En el momento en el que sientes que te quedas sin nada porque resulta que cometiste el error de apodarle a la otra persona como “mi todo”. Y entonces comprendes que el todo eres tú misma. Las personas entran y salen de nuestras vidas y claro que puede doler. Pero el dolor no tiene porqué traducirse en vacío.

 

Ahora comprendo que el amor se ve de maneras muy distintas al cliché. He aprendido a reconocerlo en espacios muy diferentes.

 

El amor es una base segura, en la que las personas del vínculo se deben permitir volar de manera individual, sabiendo que siempre habrá una base segura a la cual volver. Habrá momentos en los que se podrá volar en unión, pero otras en las que cada quien danzará a su propio ritmo, con la certeza de que es especial y valorado en la misma medida que la otra persona.

 

No tiene que lastimar, pero no es fácil. El amor implica tener límites, saber afianzarlos, comunicarlos y también respetar los límites de las otras personas. Implica enfrentarse directamente a los defectos y revisarlos a detalle. Buscando siempre la adaptación sin que se modifique la esencia de cada persona.

 

El amor es acompañamiento desde la individualidad de cada persona para en conjunto generar e impulsar mejores formas de ser y experimentar la vida. Y eso se puede dar entre amistades, entre familiares, compañeros de hobbies, con una pareja, o incluso con nuestra propia persona.

 

Ahora, sin la ilusión adolescente y con un corazón maduro comprendo que el amor se puede vivir profundamente de una manera sana. Resignificar la manera de amar es vital y urgente.

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