Parece ser que las relaciones sociales de la actualidad han sufrido cambios de manera acelerada y que cada vez es más compleja su comprensión. Sin embargo, algo que no ha dejado de ser un factor delimitante de nuestras conductas interpersonales es el llamado, “tipo de apego”. ¿Sabes qué es?
Nuestra forma de relacionarnos con los demás se ve directamente influenciada con nuestra personalidad, en especial, con nuestro tipo de apego. Este concepto fue desarrollado gracias al psicoanalista infantil John Bowlby, quién definió al apego como “una necesidad humana universal de formar vínculos afectivos a los que recurrir en momentos de estrés, como forma de obtener protección y seguridad” (1977). En un principio, el apego fue asociado con las relaciones entre padres e infantes, pero más adelante se demostró su implicación en las relaciones socioafectivas de los individuos fuera del núcleo familiar, específicamente en las relaciones adultas.
El tipo de apego es delimitado por la interacción constante con las figuras primarias significativas (usualmente nuestros padres, aunque pudiendo ser desplazada a nuestros abuelos, tíos o principales cuidadores). Debido a esta constante interacción a temprana edad, comenzamos a comprender la manera en la que una relación interpersonal “tiene que ser”. Internalizamos y creamos un conjunto de creencias respecto a la manera en la que nosotros actuamos con el otro, y lo que recibimos a cambio que satisface nuestras necesidades afectivas con respecto a la relación. Este es un proceso inconsciente donde se fija nuestra percepción de “las propias capacidades para merecer cuidado y afecto y está relacionado al grado en el cual se experimenta ansiedad ante el abandono o rechazo de quien es la figura de apego” Carrasco (Guzmán-González et al., 2016).
Al analizar nuestro tipo de apego, podemos comenzar a comprender nuestras conductas y la naturaleza de la relación que forjamos con el exterior. Dentro de las 4 figuras principales podemos describir el apego seguro. Este tipo de apego se desarrolla cuando la interacción con el individuo en temprana edad es “incondicional”, creando un ambiente positivo que permite al niño explorar libremente. En este contexto, las necesidades básicas se encuentran satisfechas, así como la atención necesaria se le es dada, facilitando la exploración y comprensión de los estímulos del entorno saludablemente. La integración de estas condiciones en su desarrollo permite la internalización del “merecimiento” de ser querido, valorado y aceptado, por lo que en la etapa adulta “se ha reportado de manera sistemática que quienes poseen estilos de apego seguro tienen menores dificultades para regular afectos negativos, mayor facilidad para expresar las emociones y mejores niveles de adaptación al estrés que quienes poseen estilos inseguros” (e.g., Brenning & Braet et al, 2013, citado por Guzmán-González et al., 2016)
Por otro lado, el apego ambivalente o ansioso es representado por la inconsistencia en el cuidado, donde el individuo percibe una disonancia entre la protección y la carencia que concibe. Este tipo de apego se desarrolla debido a que la figura principal de protección es intermitente en aspectos de cuidado y seguridad. Esto provoca una internalización de conceptos de desconfianza, y constante inseguridad debido a la incertidumbre de protección por la cual atraviesa. En la etapa adulta, esto se ve reflejado como
Asimismo, el apego evitativo se desarrolla cuando el individuo, en su etapa temprana, percibe que sus cuidadores no estarán disponibles en momentos de necesidad y/o carencia. Esta percepción provoca en los niños un sufrimiento que intentan evitar, alejándose de sus figuras para protegerse de la vulnerabilidad. Se le denomina "evitativo" porque los bebés manifiestan diversas conductas de distanciamiento, buscando minimizar la intimidad y la conexión emocional con sus cuidadores para no sentir afectación cuando estos no se encuentren presentes. En etapa adulta, se desarrolla una autosuficiencia compulsiva con tendencia por la distancia emocional, no porque lo prefiera, sino porque es su forma de protección ante la incertidumbre del lazo afectivo.
Por último, el apego desorganizado es descrito comúnmente como el resultado de las variables encontradas en el apego ansioso y el apego evitativo. En este caso, los cuidadores principales han propiciado un ambiente inseguro a la percepción del individuo. Debido a ello, se desarrollan un conjunto de conductas explosivas, impulsivas y dificultades en las relaciones interpersonales como consecuencia a la falta de confianza con el entorno. En la vida adulta, se puede ver tendencia a una carga de frustración e ira, rechazando las relaciones por el miedo y vulnerabilidad con las que las vinculan.
Al saber el impacto de nuestro ambiente y crianza en etapas tempranas, es posible hacer consciente el trasfondo de nuestra conducta. Cuestionar nuestras actitudes y permitir el análisis de aquellas que son disfuncionales, es el primer paso hacia una vida más plena y feliz. Es importante recordar que la psicoterapia es la herramienta número uno que nos permitirá explorar estas dinámicas y llevar un proceso de autoconocimiento y sanación.
Referencias:
1. Bowlby, J. (1977). The making and breaking of affectional bonds. The British Journal of Psychiatry, 130(3): 201-210.
2. Guzmán-González, M., Carrasco, N., Figueroa, P., Trabucco, C., & Vilca, D. (2016). Estilos de apego y dificultades de regulación emocional en estudiantes universitarios. Psykhe, 25(1), 1-13. Pontificia Universidad Católica de Chile.
López, F. (2009). Amores y desamores: procesos de vinculación y desvinculación sexuales y afectivos. Madrid: Biblioteca Nueva.
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